Medicalización, el caso de la osteopenia

El negocio de la salud. Febrero, 2023

Hace cuarenta años, el director de una compañía farmacéutica dijo a la revista FORTUNE que “su sueño era producir medicamentos para las personas sanas y así vender a todo el mundo” Parece que aquel sueño se ha convertido en realidad y es hoy el motor de una maquinaria comercial de las más rentables del planeta.

De ahí a sacar titulares que asustan, para luego vender las soluciones, es una práctica muy común en nuestros días. Para muestra, un ejemplo: “El 40% de las mujeres y el 13% de los hombres de más de 50 años pueden padecer una fractura ósea por sufrir osteoporosis…”

Lo anterior es verdad. Pero no es toda la verdad, porque las estadísticas aunque sean técnicamente correctas están sesgadas al no establecer  categorías de riesgo, aumentando la percepción de que el problema es muy frecuente, tanto que puede ser considerado una nueva pandemia.

A esto, el periodista australiano Ray Moynihan  lo ha llamado  “tráfico de enfermedades” (disease mongering) al denunciar una estrategia de mercado que es muy exitosa: la ampliación de las fronteras de lo patológico  mediante la extensión de la enfermedad desde cuadros graves a mínimos síntomas, para engrosar las filas de consumidores que irán desde poblaciones sanas hasta los más afectados por la enfermedad.

Tomemos el ejemplo de la osteoporosis. La prueba que define este estado es la densitometría y lo hace por mera estadística: Si usted tiene una densidad ósea por debajo de la media (2 desviaciones estándar) entonces tiene osteoporosis. Si  la densidad  del hueso está por debajo de la media pero no llega a  2 desviaciones estándar  entonces tiene osteopenia (un estado fisiológico que en la población estudiada es debido a la edad). La osteoporosis es por tanto una “enfermedad estadística”. Pero es que ni siquiera es una enfermedad, en todo caso es un factor de riesgo de tener una fractura de la cadera o de una vértebra, que no  es el único ni el más importante, también influyen la edad, el hecho de tener escalones en casa o un baño no adaptado, lo que aumenta el riesgo de caídas en los ancianos.

A pesar de lo dicho, la osteoporosis se vende como una enfermedad: todas las personas con una densidad ósea inferior a cierto límite son consideradas enfermas. Pero, como el hueso pierde masa con la edad, tendrían pre osteoporosis (técnicamente, una osteopenia) el 40% de las mujeres de 50 a 59 años, el 60% de las de 60 a 69 y el 80% de las de 70 a 79 años.

¿Quién y cuándo debe hacerse una densitometría ósea y quién y cuándo debe recibir tratamiento? Éste es el debate abierto, porque no es lo mismo realizar una densitometría a todas las mujeres menopáusicas (lo que se llama un cribado poblacional) y tratar todos los casos de osteoporosis e incluso algunos de osteopenia, que mantener una actitud más prudente.

La prevención de las temidas fracturas tiene, obviamente, costes económicos que los paga el usuario. Así, para evitar una fractura de cadera en una mujer de 50 a 54 años hay que hacer una densitometría a 7.446 mujeres (cada prueba cuesta entre 20 y 50 dólares) y tratar a 227 mujeres (unos 500 dólares anuales por persona), mientras que para prevenir esa fractura en el grupo de edad de 70 a 74 años hay que hacer una densitometría a 254 mujeres y tratar a 51.

Lo que debe ser denunciado es que de un tiempo a esta parte, de  una manera muy hábil se está extendiendo el tratamiento a las mujeres con osteopenia (el 42% de las mujeres de 50-60 años), sugiriendo que “podría existir un beneficio si el tratamiento se inicia en estadios tempranos de la enfermedad”  Y esta recomendación se hace basándose en re análisis de datos de ensayos clínicos, una estrategia por lo menos cuestionable desde la óptica del método científico; además, la estadística está sesgada. En el caso de las mujeres con osteopenia, su riesgo de fractura es tan bajo que reducirlo un 75% es poco relevante: habría que medicar a 270 mujeres durante tres años sólo para evitar una fractura.

Los efectos secundarios de estos fármacos van desde la diarrea, problemas cardiovasculares y neurológicos, hasta una patología rara pero muy grave: la osteonecrosis mandibular asociada al uso de bifosfonatos (que ni siquiera se menciona en los prospectos o información para prescribir).

Desde siempre hemos escuchado decir que con  la salud no se juega, pero ya vemos que sí, tanto que se las ingenian para inventarse enfermedades y luego vendernos la solución, eso sí a precio de oro

Ser médica de familia

CTXT, Febrero 2023

Aunque pueda consultar en la historia clínica las enfermedades, medicamentos y cirugías, lo que me distingue del resto de profesionales que atienden a mis pacientes es lo bien que les conozco tras ocho años

Nuria Jiménez Olivas, médica de familia del Centro de Salud Daroca, en Madrid.

Me recuerdo desde niña queriendo ser médica; estudié muchísimo y durante mucho tiempo para conseguirlo, y en cuanto pisé por primera vez la consulta de un centro de salud supe sin duda que quería trabajar allí. Esa era la medicina que yo quería hacer.

Ser especialista en medicina familiar y comunitaria es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Qué suerte tengo de trabajar en algo que me gusta tanto y que es tan útil e importante para la sociedad. Algunos pueden pensar que me paso el día metida en una consulta delante de un ordenador rellenando informes, despachando recetas y atendiendo pacientes hasta el infinito uno tras otro sin parar… y lo cierto es que a veces es así, porque una parte de la población, de los gestores y políticos están empeñados en que sea así. Pero eso no es la Atención Primaria, ni mucho menos, y si tuviéramos conciencia de lo que es en realidad, nos echaríamos las manos a la cabeza al pensar en cómo la estamos maltratando en nuestro propio perjuicio.

Tener la misma médica de familia durante años disminuye la probabilidad de enfermar y de morir. Así que lo más importante en Atención Primaria es tener asignada a la misma profesional el mayor tiempo posible y que esta te conozca bien. Para eso hacen falta muchas consultas, muchas visitas, muchas conversaciones… en resumen, hace falta mucho tiempo. Y en la sociedad actual en la que la inmediatez nos arrolla día a día, la medicina de familia, con sus beneficios a largo plazo, lleva claramente las de perder. Es lo que hay.

 

 

Sin embargo, mis pacientes lo tienen claro: si no les atiendo yo se van; no les sirve cualquier profesional. Son ya ocho años con ellos (de los 23 que llevo como médica de familia) y hemos llegado a conocernos bastante bien. Aunque tenga perfectamente registrado en la historia clínica las enfermedades, los medicamentos o las operaciones, lo que me distingue a mí del resto de profesionales que atienden a ese paciente es lo bien que le conozco. Porque en estos ocho años habrá pasado por mi consulta una media de cuatro o cinco veces al año, he atendido a sus padres en sus últimos días de vida, le he acompañado durante sus duelos, he seguido su embarazo, su diabetes o su enfermedad cardiaca, le he diagnosticado de cáncer de colon, le he infiltrado su tendinitis, le he tratado todo tipo de dolencias leves y graves y he sido su referente en cualquier duda que le surgiera sobre su salud en este tiempo. Sé en qué trabaja, con quién vive, cuál es su religión y país de origen, cómo fue su infancia, qué estudios tiene… y soy capaz de saber con solo mirarle si está enfermo, solo asustado o viene a contarme una buena noticia. Pero es que además he estado en su casa varias veces y sé en qué condiciones vive, lo que tiene en la nevera y lo que le gusta leer; he ido al colegio de sus hijos a dar charlas sobre educación para la salud, he participado con él en algunas actividades de la Asociación de Vecinos del barrio, he hablado con su farmacéutica acerca de cómo se toma los medicamentos y he contactado con la especialista del hospital para ponernos de acuerdo en cómo tratar su patología. Hasta he probado su bizcocho de manzana y me he leído un relato corto que escribió para el periódico local, donde, por cierto, yo también escribo una columna de vez en cuando.

Detrás de todo lo anterior, mi día a día, se esconde una complejidad enorme. El trabajo de médica de familia es muy muy difícil; somos capaces de tomar decisiones complicadas en muy pocos minutos, con tan solo lo que nos cuenta el paciente (cada uno a su manera) y lo que vemos al explorarle. A eso se le suma la gran carga emocional que nos transmiten todas y cada una de las personas que atendemos, favorecida por la confianza de años de relación. Nosotras no disponemos de alta tecnología ni aparatos de última generación para llegar a un diagnóstico exacto: trabajamos todo el tiempo con probabilidades y con una incertidumbre constante que, si no sabes manejar, puede suponer un enorme estrés adicional. Es apasionante y terrible a la vez.

El trabajo de médica de familia es muy muy difícil; somos capaces de tomar decisiones complicadas en muy pocos minutos

Es imposible ser una buena médica sin seguir estudiando, estamos aprendiendo todo el tiempo: nuevas enfermedades, nuevos tratamientos, nuevas tecnologías… y tampoco es posible ejercer la medicina si no te gusta la gente. Por eso no solo hay que formarse en la parte científica, sino también en la humanística, porque los pacientes no son enfermedades, son personas con toda su complejidad, y la salud y la enfermedad no son lo mismo para todas ellas.

Hay que investigar, innovar, avanzar, imaginar nuevas formas de atención y de gestión que sepan llegar a la verdadera esencia de la medicina de familia y aprovechar todo su potencial manteniendo la equidad, la continuidad, la accesibilidad… en definitiva, defendiendo el derecho a la salud. Las nuevas generaciones de futuras médicas de familia que ahora se sientan a mi lado en la consulta se enfrentan a un gran reto en los próximos años, porque prestar unos cuidados y una atención sanitaria de calidad con los recursos económicos, humanos y materiales que tenemos en la actualidad es completamente imposible.

Creo que no somos conscientes del gran beneficio individual y colectivo de disponer de un sistema sanitario público y universal que garantiza nuestro derecho a la salud, y del papel imprescindible que juega en él la Atención Primaria. Su supervivencia es responsabilidad de todos: pacientes, profesionales, gestores y políticos.

¿De verdad vamos a dejar que desaparezca?

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Nuria Jiménez Olivas es médica de Familia y Comunitaria en el Centro de Salud Daroca, en Madrid.

Debate sobr la Atención Primaria en Asturias

Por la izquierda, Manuel Cañete, Carlos Ponte, Edurne Mezquita y Rubén Villa, ayer, en el Club Prensa Asturiana. |Irma Collín

Por la izquierda, Manuel Cañete, Carlos Ponte, Edurne Mezquita y Rubén Villa, ayer, en el Club Prensa Asturiana. 

Un nuevo modelo de Atención Primaria «cercana» y «estable», con médicos de familia que conozcan a sus pacientes y mantengan una larga continuidad en el trato. Ese sería la estructura que debería adoptar el primer escalón de la atención sanitaria para reconectar con el paciente y así lo reclamaron ayer usuarios y profesionales en una mesa redonda celebrada en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, organizada por la Plataforma por la Defensa de la Salud Pública en Asturias, cuyo portavoz es Carlos Ponte.

Con los ecos de las manifestaciones celebradas el domingo en Madrid y otros lugares de España por la defensa de la sanidad pública, los participantes en la mesa abogaron por recuperar la figura del médico de cabecera y también por huir de esa «hiperespecialización» que pierde de vista la atención integral al paciente. «Sin Atención Primaria se acaba la sanidad pública», indicó Rubén Villa, presidente de la Sociedad Asturiana de Medicina Familiar y Comunitaria y coordinador del Centro de Salud de Grado. «Si desaparecen el acompañamiento al final de la vida y todos los servicios sociales que presta la sanidad, volveremos al pasado», advirtió el médico. «Ninguno de los grandes partidos pone entre sus prioridades la sanidad. Necesitamos financiación. Los centros son viejos, raquíticos, sin espacios. Necesitamos una gerencia propia para Atención Primaria», reivindicó.

Edurne Mezquita, presidenta de la Sociedad de Enfermería Familiar y Comunitaria de Asturias, incidió en la necesidad de encaminar el sistema hacia una atención estable, sin cambios continuos de médicos. «La salud se construye con la cercanía. Hay que recuperar la orientación comunitaria en los centros», recalcó. Además, abogó por suscribir un nuevo pacto social por la sanidad pública, «que bien lo necesita y lo merece», señaló. La enfermera propuso ampliar la franja horaria de atención en los centros de salud, idea en la que estuvo de acuerdo Manuel Cañete, presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Gijón, que llamó la atención sobre el descontento de los ciudadanos ante las largas listas de espera o la atención telefónica. «El proceso se está deteriorando y la crispación en la calle va en aumento», aseguró. Carlos Ponte se mostró partidario de reactivar la participación ciudadana «con la creación de consejos comunitarios de salud que acojan a la sociedad civil»