A las preguntas que me formula La Voz de Asturias, de si son importantes estas elecciones y si lo son, cuál sería su relevancia para el Sistema Sanitario, mi opinión es que la próxima cita electoral es de especial trascendencia. No son unas elecciones comunes. La sociedad española llega a las urnas, como ocurrió hace cuatro meses, con un notable descrédito de la clase política y las instituciones, en un contexto de corrupción cotidiana. Llega, además, malherida por ocho años de crisis económica y políticas de austeridad, que han deteriorado las condiciones de vida de una buena parte de la ciudadanía, recortando derechos sociales que parecían consolidados. Basta recordar lo ocurrido, por ejemplo, en Sanidad con los copagos, los abusivos precios de los medicamentos, las disparatadas listas de espera, las privatizaciones o la ruptura del modelo de universalidad.
La deslegitimación de esta democracia y de esta política, que no ?afortunadamente – de la democracia y la política, nos sitúa en la disyuntiva de optar por un modelo continuista (instalado en la denominada «austeridad» y la democracia clientelar y delegada) o al contrario, por la expectativa del cambio político (de regeneración democrática y rescate de los sectores más castigados por la crisis). En realidad, no es exagerado establecer un paralelismo entre estas elecciones y el dilema planteado en el 78 y los primeros años de la Transición, entre la reforma o la ruptura con el régimen político anterior.
Hay, sin embargo, muchos factores que limitan la trascendencia electoral: De una parte, factores internos, especialmente la constatación de la actual desmovilización social. De otra, en un mundo globalizado, la debilidad de la soberanía nacional si contraviene al BCE o al FMI o las políticas de austeridad de la UE, que ya presiona para nuevos recortes en una crisis económica que no parece haber tocado fondo.
En todo caso, es bastante probable que de las elecciones surja un gobierno pactado y sustentado en el bipartidismo, y no en un gobierno de progreso pese a contar como apuntan la encuestas con la mayoría en las urnas. El poder financiero y mediático acabaran inclinando la balanza. Por tanto, si se cumplen estos vaticinios, no serán buenas noticias para una Sanidad Pública que ha venido perdiendo calidad y efectividad a lo largo de las últimas décadas, como se demuestra por las listas de espera y el auge de las pólizas y la medicina privada.
La Sanidad Pública para ser sostenible y responder a las necesidades de la ciudadanía necesita cambios en profundidad: Un código de valores que asegure el buen gobierno de las instituciones y la independencia ante las multinacionales de las tecnologías de la salud; un nuevo contrato social en las relaciones con la ciudadanía y los profesionales; unas plantillas sin recortes y sin precariedad laboral; una reorientación estratégica hacia la Salud Pública y la Atención Primaria?
Pese a que, hay que insistir en ello, estará en la mano una alternativa de izquierdas con suficiencia de votos, lo más previsible es la formación de un gobierno continuista que no tendrá la voluntad de acometer las políticas que la Sanidad Pública demanda. En buena lógica, se insistirá en los errores de siempre y se acatarán los nuevos recortes que lleguen de Europa, con renovadas alianzas con el sector privado. Poco se puede esperar de un gobierno de estas características.
No obstante, sin descartar en términos absolutos la referida oportunidad de constituir un gobierno de progreso, no debe de haber razones para el pesimismo: el peso parlamentario importante de Unidos Podemos, como señalan los sondeos, y fundamentalmente la movilización social que con toda probabilidad resurgirá en la próxima legislatura, son serios obstáculos a las políticas neoliberales y significativos apoyos en defensa de la universalidad y la calidad de los servicios públicos.