Desde hace al menos quince años hay claros signos de un deterioro progresivo de las condiciones de salud mental en la población en general, especialmente en los jóvenes, pero no solo . Esta tendencia se demuestra por el aumento en paralelo de las demandas en los servicios públicos y ha tenido picos durante la pandemia. No obstante, lo que ocurre desde hace dos años es diferente y más difícil de enmarcar porque asistimos a una explosión en la demanda de evaluación e intervención psicológica, con una tendencia que, según los primeros datos, es ciertamente exponencial e incontrovertible.
Más allá de los diagnósticos, el marco más apropiado es psicosocial: trabajadores alienados, trabajadores pobres, chicos en busca de identidad, jovenes enojados, padres que se enamoran de un joven, madres agotadas por maridos posesivos, padres aterrorizados por sus hijos, parejas en curso de separaciones devastadoras, nuevos jubilados que no gestionan su existencia, inmigrantes decepcionados por lo que han encontrado, sacerdotes en crisis de vocación, médicos en crisis de motivación, maestros en desorden…. La lista del deconcierto humano es infinita, pero no son necesariamente cuadros clínicos, sino «malestar», que puede ser la antesala de la enfermedad pero también puede ser el motor de la “resiliencia”.
¿Son nuevas estas situaciones? ¿Había menos hace tres, diez o veinte años? ¿Es una burbuja creada por las redes sociales? El hecho nuevo es que muchos acuden a un psicólogo si pueden permitírselo, de lo contrario recurren a la Sanidad Pública, que suele encogerse de hombros ante la cantidad de problemas que tiene.
Este fenómeno es parte de un malestar más profundo de nuestra sociedad que desde hace al menos treinta años los individuos han delegado cuestiones funadamentales para sus vidas a las instituciones o, más a menudo, al mercado. La atomización social y la falta de intermediación provocan el repliegue de la sociedad, a loq ue hay que sumar el derrumbe de la reputación y eficacia de las instituciones (familia, escuela, Iglesia, salud, justicia, política, todas en crisis), mientras se abren autopistas al mercado.. El corolario de este progresivo empobrecimiento del vínculo social es la profunda y generalizada desconfianza en la posibilidad de encontrar soluciones sociales, políticas y colectivas. Que cada uno piense por sí mismo, salvese quien pueda..
Posiblemente la pandemia tenga poco que ver en todo esto, pero es probable que haya influido en » la carrera por el psicólogo». La interrupción temporal de los hábitos cotidianos puede haber dado a todos la oportunidad de reflexionar sobre sus vidas, quizás con balances insatisfactorios. Menos personas hoy en día encuentran buenas razones para seguir apretando los dientes en soledad y muchas más quieren entender en qué juego están atrapados. Los jóvenes sienten todo esto de una forma más inmediata y emotiva, pero para los adultos el discurso no es muy diferente. Si bien las condiciones de la vida real han cambiado poco a poco, su representación con la pandemia ha cambiado rápidamente. La pandemia también puede haber «desvelado el engaño», destacando la incapacidad de la sociedad global para prevenir, gestionar y tranquilizar sobre graves problemas colectivos.
Por ejemplo, aunque haya habido heroicidades y éxitos en la lucha contra el Covid, los sentimientos de frustración y fracaso entre los profesionales de la salud son muy agudos y poco reseñados.
Entonces, ¿cómo lidiar con este rampante «malestar de la civilización»? En primer lugar, será bueno comprender hasta qué punto nuestro país considera realmente la salud mental de cada ciudadano como un problema específico de la sociedad y las instituciones. De una parte, no deberíamos resignarnos a la mercantilización de los servicos de psicología. Pero, por otra parte, en lo fundamental las intervenciones de carácter psicológico tienen que tener una perspectiva de salud pública, lo que no siempres se cumple con inciativas com las que se reseñan a continuación:
- Potenciar las experiencias de psicología en Atención Primaria y en otras áreas del Estado (escuelas, etc).
- Los seguros privados pueden incluir la posibilidad de consultas psicológicas entre sus beneficiarios (no es infrecuente en el norte de Europa).
- Armonizar aspectos pedagógicos, psicológicos y de redes sociales, potenciando quizás el activismo. de las asociaciones de voluntariado
Probablemente veremos todas estas soluciones y otras se superpondrán y competirán confusamente entre sí. Por ahora contamos con el bono psicólogo. Y eso ciertamente no es una gran idea.
Angelo Fioritti , ex Director del Departamento de Salud Mental-Adicción Patológica de la AUSL de Bolonia.