*Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Salamanca
Fuente original: saludadiario.es
La evolución de la medicina, como las propias sociedades, tiene un largo recorrido a través de la historia desde el paleolítico hasta nuestros días, pero fue en Grecia, de la mano de filósofos como Sócrates e Hipócrates, cuando adquirió el componente ético basado en la beneficencia y un ejercicio profesional asentado en las virtudes, con incorporaciones posteriores a lo largo de los siglos de preceptos religiosos, filosóficos y culturales, permaneciendo casi inalterado hasta la mitad del siglo XX.
El ejercicio médico ha abandonado en numerosas ocasiones la ética que debe regirlo, y a lo largo de la historia ha protagonizado episodios oscuros, negros, siendo los más conocidos las prácticas de Josef Mengele y un amplio número de médicos nazis en los campos de exterminio, que los llevo a ser juzgados y condenados en el primer juicio de Nuremberg. Pero existen otros experimentos mucho más recientes y menos conocidos, como el caso Tuskegee en Estados Unidos, que utilizó a 600 afroamericanos, en su mayoría analfabetos, para estudiar el desarrollo de la sífilis desde sus fases iniciales hasta la muerte, obviando el tratamiento con penicilina que podría haberles curado la enfermedad y salvado la vida, o la infección intencionada con bacterias causantes de enfermedades de transmisión sexual por médicos de Estados Unidos a 5.128 personas en situación de vulnerabilidad en Guatemala, sin su consentimiento.
La práctica de experimentos sin ningún tipo de evidencias en humanos se ha extendido hasta nuestros días. Afectan fundamentalmente a personas y países pobres, y están relacionados sólidamente con la investigación de nuevos fármacos por parte de la industria farmacéutica. El jardinero fiel, una novela publicada en 2001 por John le Carré, sirve como denuncia de ensayos ilegales realizados por empresas farmacéuticas hasta 1996 con niños africanos, práctica de una poderosa industria que trabaja en el continente africano con total impunidad gracias al apoyo de los gobiernos.
El trasplante de órganos humanos con fines comerciales, voluntario o forzado, es ilegal y una forma de esclavitud que afecta a los más pobres en todo el mundo y se ceba especialmente con los niños de países africanos, asiáticos y de América Latina, que, o bien venden sus órganos por su estado de necesidad, o bien se les arrebatan directamente por mafias internacionales que trafican con esos órganos en el mundo rico. Europa, Canadá, Estados Unidos, Australia o Israel, por ejemplo, son receptores netos de órganos obtenidos por esos procedimientos. Según cifras de 2012 publicadas por Organs Watch (organización que rastrea el tráfico ilícito de órganos), cada año se venden de manera ilegal entre 15.000 y 20.000 riñones en todo el mundo. Alicia Verdú, una criminóloga española especializada en trata de personas y tráfico de órganos, autora de la investigación Tráfico de órganos: una amenaza silenciosa, calcula que, del total de trasplantes de órganos, al menos 10% se realiza de manera ilegal.
Es evidente que la pobreza y desigualdad social son factores que influyen en este tipo de situaciones en las que la práctica médica es ilícita y no solo no se ajusta a estándares éticos, sino que es ilegal. Afortunadamente, estás prácticas son minoritarias, y tienen que ver tanto con la desprotección social de los más pobres como con el ansia de beneficios económicos y la aspiración de supervivencia a cualquier precio de los más ricos y poderosos sin escrúpulos. En ese contexto, algunos médicos —pocos, afortunadamente muy pocos— sucumben a la tentación y participan en este tipo de medicina abominable. Esta forma de ejercicio médico es, en realidad, un oxímoron de la propia medicina.