De hecho, un estudio publicado en el British Medical Journal en septiembre de 2022, con pacientes de EEUU y cinco países europeos –entre ellos, España–, vincula la inmunización contra la covid-19 con mayor riesgo de trombosis con trombocitopenia.
Pero el día que Pedro se vacunó aún no estaban descritos todos los efectos graves que fueron surgiendo después. «Al principio, decían que era más fácil que te tocara la lotería a que tuvieras un trombo, hablaban de una probabilidad entre un millón. Luego, dijeron uno de cada 100.000. Y ahora la AEMPS reconoce uno de cada 10.000…».
Trabajadores esenciales incapacitados. Aun así, su caso es uno de los menos incapacitantes de ATEAVA, la Asociación de Trabajadores Esenciales Afectados por la Vacuna AstraZeneca que Pedro preside.
Alrededor del 50% de socios de la ATEAVA no se ha podido incorporar aún al trabajo por patolgías post-vacunales
Entre sus 93 socios hay militares, guardias civiles, policías, docentes, fisioterapeutas, bomberos, enfermeros, funcionarios de prisiones, veterinarios, asistentes de familia, trabajadores sociales. Son de todas partes de España y una media de edad de 35-40 años. Alrededor del 50% todavía no se ha podido incorporar al trabajo.
Los dolores fuertes son algo que tienen en común muchos de ellos, igual que ocurre con los 115 socios que en la actualidad tiene otra plataforma a nivel nacional, APAVaC19 –Asociación de Personas Afectadas por las Vacunas COVID-19, que incluye a inoculados con Janssen, Pfizer, AstraZeneca y Moderna.
Una de ellas es Celia Piquer, de 47 años, veterinaria, vacunada el 29 de marzo de 2021. «Nos dijeron que era lo mejor para la ciudadanía y antepuse eso a cualquier otra cosa». A las 48 horas, empezó a sentir debilidad, temblores, cansancio extremo y fuertes cefaleas. Sus síntomas fueron aumentando en número y en intensidad, hasta que, dos semanas después, se desplomó inmóvil en el trabajo y se la llevaron en ambulancia.
«Ese día mi vida se paró en seco. Cuando salí del hospital, fui a casa de mis padres, pensando que con unos días de descanso se me pasaría. Pero nunca más he podido volver a vivir sola. Soy completamente dependiente», nos cuenta.
Tras múltiples visitas y pruebas médicas, meses más tarde fue diagnosticada de EM/SFC postvacuna covid. Tuvo que esperar dos años para que el INSS le reconociera la incapacidad permanente absoluta revisable.
Otros no tuvieron tanta suerte. «Estuvimos rodando en el canto de la moneda y caímos en el lado bueno. Hay compañeros que murieron por esos efectos secundarios», nos dice Celia.
Una de ellas fue M. C. G. H., auxiliar educativa en Aldeas Infantiles SOS de Tenerife y madre de una niña de un año. Se vacunó el 10 de marzo de 2021 y empezó a quejarse de que le dolía la cabeza. «En el centro médico no le dieron importancia. Pero yo la veía cada vez peor», relata su hermana J. G. H., que prefiere aparecer solo con las siglas de su nombre.
La noche del 21 de marzo, «estaba como zumbada, se le caían las cosas, se mareaba, no podía hablar. Entonces, llamé a una ambulancia y se la llevaron de urgencias». Falleció a las pocas horas, doce días después de la inoculación, por un derrame cerebral y bajada drástica de las plaquetas. Según el informe que recibieron del Servicio Canario de Salud, «puede haber correlación con la vacuna».
Un tema tabú. Lorena Montesinos, comercial de 47 años, con dos hijos de 10 y 16, y presidenta de APAVaC19, asegura: «No dudé ni un momento en vacunarme. Había una pandemia». Una semana después de la segunda dosis de Pfizer, el 14 de julio de 2021, «empezaba a ir a rastras del cansancio y los dolores articulares».
Fue empeorando hasta que, al año, una internista de la Seguridad Social le dio el diagnóstico: «Postcovid vacunal con posible desregulación del sistema inmunológico«.
«Las vacunas han salvado vidas, pero, como muchos medicamentos, tienen efectos secundarios», explica Lorena
«La gente no quiere saber nada, prefiere mirar hacia otro lado. Yo me he sentido muy abandonada por los médicos. ¿Por qué tienen tanto miedo de reconocerlo? Las vacunas han salvado vidas, pero, como muchos medicamentos, tienen efectos secundarios», nos dice, tras dos años de lucha.
Esta invisibilización de su situación no hace más que agravar las cosas. Marta Belenger, profesora de música, de 45 años, con dos niños de seis y 11 años, fue diagnosticada de «encefalomielitis miálgica como reacción postvacunal» después de un baile de ingresos de urgencias, donde tuvo que escuchar cosas como «si tuviéramos que hacer un TAC a todas las histéricas que vienen como tú, no haríamos otra cosa». Lo tiene todo apuntado porque, desde la inoculación, sufre inexplicables pérdidas de memoria y desorientación.
«Hay socios que han perdido el trabajo y están psicológicamente hundidos, sin fuerzas para luchar. Gente que está al borde del suicidio por el dolor», nos dice Marta. Uno de ellos es Joan Vilaseca, de 53 años, secretario de APAVaC19, que pasa sus días gracias al fentanilo 100, un analgésico opioide 100 veces más fuerte que la morfina.
Después de la segunda dosis de Pfizer, empezó con dolores muy fuertes. «Mi traumatólogo me dijo que tenía más casos parecidos, con la vacuna como único nexo común», recuerda.
Con el tiempo, a Joan se le acentuó el cuadro de dolor, con luxaciones espontáneas, inflamación, problemas de visión, contracturas, parestesias, tinnitus, parálisis de la cara y niebla mental. Según hemos podido corroborar, su informe más reciente, firmado por un internista del Hospital Clinic de Barcelona, reza: «Cuadro persistente intenso de Síndrome de sensibilización central desencadenado postvacunación covid, con intensa fibromialgia grado 3/3 y EM grado 3/3″.
«Dentro de las reacciones postvacunales, un grupo de pacientes ha desarrollado encefalomielitis miálgica (EM/SFC)», cuenta a Público la doctora Eva Martín, médico especialista en esta enfermedad que no tiene cura y que limita, al menos, al 50% las capacidades físicas y mentales del paciente. ¿Cómo puede establecerse la correlación? La clave, para esta experta, está en el timing, cuando vacuna y enfermedad «son factores coincidentes en el tiempo».
«Hay mucha reticencia a hablar del tema, porque la pandemia nos ha dejado un trauma y la vacuna es lo que permitió volver a la normalidad», indica a Público el doctor Francisco Mera, director de la unidad de investigación y asistencial de covid persistente en una clínica madrileña.
Mera nos describe el «síndrome postvacunal» como un proceso inflamatorio sistémico, con envejecimiento celular acelerado, dolor neuropático, fatiga crónica, calambres. Un cuadro muy parecido al síndrome postcovid, con la diferencia de que pueden darse en pacientes vacunados que nunca tuvieron el virus, como es el caso de Celia o de Joan.
Lo mismo apuntan dos artículos publicados en Science en enero de 2022 y en julio de 2023 con el titular: «Las vacunas de coronavirus pueden causar síntomas parecidos a los del covid persistente».
Oportunidad para investigar. Estudiar los efectos secundarios «nos viene bien a toda la sociedad», explica la doctora Martín
Para científicos como la doctora Martín, estamos ante una oportunidad para averiguar por qué unas personas han sufrido esta reacción y otras no, para que «cuando haya que vacunar otra vez podamos tenerlo en cuenta. Nos viene bien a toda la sociedad».
Sin embargo, según Pedro García, el Ministerio de Sanidad «solo saca estadísticas, no estudia los casos para validarlos y hacer seguimiento». «A mí nadie me ha llamado», dice. El ministerio, a fecha de cierre de este artículo, no ha respondido a la consulta de Público para contrastar esta observación.
«Es inédito que, después de una pandemia en que se ha vacunado casi el total de la población, no se hayan empezado a estudiar aún los efectos secundarios. No se están recogiendo datos. A la gente que ingresa con un cáncer o con un infarto no se le pregunta cuántas dosis se puso», nos dice el cardiólogo Esteban García Porrero, Premio Nacional de Medicina Siglo XXI y responsable de la Unidad de Rehabilitación Cardiaca del Hospital de León.
Por lo pronto, en su especialidad, «en los últimos dos años, ha aumentado la incidencia de infartos en personas jóvenes».
«Reconocer lo que ha pasado es el primer paso para que se pueda reparar», recalca Pedro. En palabras de la doctora Martín, «no es que las vacunas sean malas, pero hay personas para las que han tenido secuelas muy graves. Deberían ser reconocidas y estudiadas. Esto es lo que hace avanzar a la medicina. Si niegas la evidencia, la ciencia no avanza«