Fuente: publico.es
«Se prevé que los fenómenos meteorológicos extremos aumenten debido al cambio climático, lo que podría suponer una carga adicional de morbilidad y mortalidad», ya que «se espera que la frecuencia y la gravedad de las sequías empeoren en grandes regiones». Esto, al disminuir las precipitaciones, subir la temperatura y aumentar la evaporación, «lo que plantea un desafío apremiante para la salud pública«. Así advierten seis expertos en ecología y salud de otros tantos centros universitarios de España y Suiza en un reciente artículo titulado Implicaciones de la sequía en la salud pública en un contexto de cambio climático: una revisión crítica, publicado por la editorial californiana Annual Reviews.
«El cambio climático no es solo el calentamiento global. Hay cambios meteorológicos importantes que están influyendo sobre las enfermedades vectoriales, que son las que transmiten algunos artrópodos como los mosquito, las garrapatas o la mosca negra», explica el veterinario y epidemiólogo Nacho de Blas, director de la Cátedra de Investigación en Plagas Urbanas y Salud Pública de la Universidad de Zaragoza.
La intensificación, o quizás seas más correcto referirse al asentamiento, de esos cambios en la meteorología coincide con un aumento de la detección de casos de enfermedades tropicales en España y con la identificación de mecanismos de propagación autóctonos cuando tradicionalmente llegaban por importación.
La mayoría de los casos de malaria y de dengue son importados, aunque la combinación del factor globalización con las consecuencias del cambio climático podría dar lugar un cóctel explosivo. Mientras, la fiebre del Nilo Occidental, llamada así por el distrito de Uganda en el que se descubrió, sí está arraigando en Europa: en 2018 llegaron a acumularse 1.503 casos en la UE y otros 580 en países vecinos, con 180 fallecidos.
La fiebre del Nilo Occidental
El Boletín Epidemiológico de la Consejería de Sanidad de Aragón informaba a finales del pasado verano de la notificación de «tres casos autóctonos (uno confirmado y dos probables) en Cádiz y Tarragona de fiebre de Nilo Occidental«, después de que en todo el año se detectaran «dos focos equinos en municipios de Badajoz y tres focos en azores (Accipiter gentilis) en Salamanca y Tarragona».
«En 2020 se detectó un aumento de la incidencia sin precedentes en nuestro país, con 77 casos humanos y 8 fallecimientos en las provincias de Badajoz, Cádiz y Sevilla». Una situación que se daba al año siguiente de detectar «seis casos en la provincia de Sevilla, siendo la primera vez que se identificaron casos humanos en temporadas consecutivas», añade un documento del Ministerio de Sanidad.
Se trata de enfermedades en las que algunos mamíferos y aves (estas en exclusiva para la fiebre del Nilo) actúan como reservorios de la enfermedad y los mosquitos como vectores de transmisión que pueden llevarlas a los seres humanos a través de las picaduras, con una fase de riesgo que ya se extiende «desde abril a noviembre». Esto coincide con «la temporada de actividad del vector» e implica que hay mayores probabilidades de contagio «durante el verano y principios de otoño. Entre los meses de diciembre y marzo, el riesgo es muy bajo».
Ocurre algo similar con el dengue, relativamente frecuente en países del sur global y que tiene entre sus «vectores potenciales» al «mosquito Aedes albopictus. Una especie presente en toda el área mediterránea española y las islas Baleares, así como en algunas zonas del interior y norte del país» como Aragón, Castilla-La Mancha, Ceuta, Extremadura, Madrid, Navarra, País Vasco y La Rioja.
«Desde 2016 a 2021 la evolución de notificaciones ha sido variable, con un promedio de 204 casos anuales», y con una evolución en su vía de contagio que ha hecho que «hasta el momento se han detectado ocho casos de dengue autóctono», cinco en Murcia, dos en Catalunya y otro en Madrid. «Este último probablemente debido a transmisión sexual», reseña un informe del Ministerio de Sanidad sobre la «agrupación de casos con probable transmisión vectorial autóctona en la isla de Ibiza» detectada el año pasado.
«Es un problema emergente»
«El aumento de las temperaturas provoca perjuicios y beneficios. Por ejemplo, la ampliación de las estaciones de calor hace que los mosquitos puedan reproducirse de mayo a septiembre en casi todo el país y durante todo el año en el sur» y que puedan aclimatarse a zonas de mayor latitud, explica De Blas.
Al mismo tiempo, «las épocas de calor extremo perjudiciales para algunas especies, que no pueden volar a mediodía porque se desecan y que reducen su actividad a la mañana y el atardecer», añade.
Y ocurre algo similar con las alteraciones de la humedad: «La mayor sequedad resultaría perjudicial para los mosquitos porque ponen sus huevos en los charcos, una faceta que por el contrario se vería favorecida por el mayor almacenamiento de agua ante la escasez», anota el epidemiólogo.
El experto recomienda medidas preventivas como utilizar recipientes tapados para el agua de boca e introducir carpas u otros animales que puedan comerse las larvas en los espacios de reserva para riego.
«Es un problema emergente, aunque donde no aparece el vector no aparece la enfermedad», señala De Blas. En cualquier caso, los cambios que se están produciendo en los patrones meteorológicos impulsan la actividad de los insectos que transmiten enfermedades. La ausencia de riadas en los últimos meses favorece la presencia de plantas macrófitas, donde pone sus huevos la mosca negra, en ríos como el Ebro; la anticipación del calor ha hecho que la garrapata inicie este año su actividad de manera precoz y, también, la elevación de las temperaturas acelera los ciclos reproductivos de los insectos.
«Pican más porque se reproducen más, son más pequeños y las hembras necesitan ingerir más sangre para hacer la puesta de los huevos», apunta el epidemiólogo, que destaca cómo esa intensificación del calor ha recortado también el periodo de incubación de muchas de esas especies.
Esa combinación de factores está alterando los patrones de la salud pública, ya que algunos insectos han pasado a «transmitir enfermedades que antes solo llegaban por importación. Ahora, cuando aparece un caso de malaria o de dengue, hay que vigilar si hay en la zona mosquitos que puedan transmitirlas».
Las consecuencias de las sequías en la salud humana
«El cambio climático es considerado actualmente una de las mayores amenazas para la salud humana», señala el artículo publicado en Annual Review. Este recoge cómo el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPPC) viene advirtiendo de que «los peligros climáticos contribuyen cada vez más a un número creciente de resultados adversos para la salud en múltiples áreas geográficas».
Asimismo, alerta de cómo, «en ausencia de acciones adicionales, el cambio climático exacerbará la carga de salud actual y alterará el rango geográfico de los resultados de salud sensibles al clima y el funcionamiento de la salud pública y los sistemas de atención médica».
El estudio señala varios factores de riesgo para la salud pública derivados de las situaciones de sequía como, además de alterar «los patrones de transmisión de enfermedades transmitidas por vectores» como las señaladas, un aumento del riesgo de difusión de patologías «transmitidas por el agua a través de su impacto en la disponibilidad y calidad», como es el caso del cólera, el crecimiento del riesgo de desnutrición o una mayor concentración de contaminantes en la atmósfera.
«El clima altera los factores de riesgo ambientales, como el polen y la contaminación del aire, lo que aumenta el riesgo de problemas cardiovasculares y respiratorios«, anotan los expertos.
A ello que se suma, explican, que «la incidencia y la propagación geográfica de las enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, el agua y los alimentos, como el dengue, la malaria y las enfermedades diarreicas, han cambiado durante las últimas décadas, impulsadas principalmente por cambios en los extremos climáticos, la variabilidad del clima y las condiciones ambientales geográficas».
Pese a tratarse de una tendencia generalizada, los autores del artículo dejan claro que «los impactos de la sequía en la salud pública se distribuyen de manera desigual entre los países, entre los territorios dentro de los países y dentro de los grupos de población».
La situación de España y las previsiones
Eso, en cualquier caso, no garantiza que España, o al menos una buena parte de su territorio, más cuanto más oriental, vaya a quedar al margen de esos procesos.
De hecho, «las proyecciones muestran un reforzamiento de las sequías meteorológicas en algunas regiones, como el Mediterráneo, América del Sur, del Norte y Central, el sur de África y el sur de Australia, debido a la disminución de la precipitación proyectada».
Estas previsiones, de cumplirse, «exacerbarían la humedad del suelo y los déficit hidrológicos» al superponerse una mayor evaporación y una menor precipitación, señala el estudio.
En España ya se están dando las circunstancias para que comiencen a desatarse esos procesos, tal y como está revela el incipiente goteo de episodios de transmisión autóctona de enfermedades hasta ahora consideradas como tropicales.
De hecho, casi tres cuartas partes (73,4%) del territorio español se encuentran en riesgo de desertificación, con valores superiores al 90% en Murcia, Castilla-La Mancha y Extremadura, mientras existen amplias manchas de aridez tanto en el litoral mediterráneo como en la meseta y en Andalucía.
Todo ello no deja de ser al mismo tiempo un indicador de las consecuencias en esas áreas de unos «eventos climáticos extremos» cuya frecuencia e intensidad van a ir en aumento, según apuntan las previsiones que recoge el Ministerio de Agricultura.
De manera paralela, y junto a la mayor frecuencia de episodios puntuales de calor y la duración más amplia de los de anomalía térmica superior a las medias, la reducción de las precipitaciones, iniciada hace ya unos años, está consolidando una etapa de sequía que ha disparado las alarmas en todo el país por sus consecuencias económicas, las de carácter ambiental y, también, las de salud pública.
Los datos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) reseñan un déficit de precipitaciones superiores al 60% en los cuatro primeros meses del año en algunas zonas de Alicante y de más del 50% en Granada, Sevilla y Málaga, en una situación a la que no es ajena el norte con carencias hídricas de más del 50% y el 60% en Zaragoza y Barcelona, de casi el 25% en Oviedo y Pamplona y de cerca del 30% en Logroño, Burgos y Huesca.
Circunstancias como la reducción del caudal circulante en los ríos, con episodios como el del Ebro a su paso por Zaragoza con apenas mil litros de holgura sobre su caudal de seguridad a mediados de abril, en una situación que lleva camino de repetirse de manera inminente, o la escasez y poca duración de las reservas de nieve en zonas de montaña como el Pirineo, entre otros motivos por la elevación de la llamada isoterma de cero grados, que es la que marca la frontera del hiel perenne, por encima de los 3.000 metros en el Pirineo apuntan en esa misma dirección.