Mercados, tecnologías y bien común en la salud

Contradicciones y paradojas

El crecimiento económico y el desarrollo de las fuerzas productivas dependen hoy, y no sólo en el sector de la salud, de la ciencia y la tecnología.

Dado que en el actual modelo de ciencia y tecnología las ganancias son su principal razón de ser, existen evidentes limitaciones para estar al servicio del bien común. Es una contradicción inherente al modelo, pero no una contradicción simple porque hay tecnologías con fines esencialmente sociales o ecológicas: una paradoja en el mundo de la ciencia y un dilema político complejo y difícil de afrontar.

En la salud, los fabricantes y proveedores del sector privado representan intereses comerciales, con una combinación de necesidades reales de los pacientes, de una parte, y de oportunidades de ganancia en el mercado, de otra. La influencia indebida y creciente de estos proveedores sobre la atención sanitaria, cada vez más dependiente, tiene graves consecuencias en forma de costes y fragmentación, en menor sensibilidad de las instituciones y los profesionales del sector su vinculación con el mercado externo.

Son, así mismo, evidentes los efectos de la subordinación a la lógica del beneficio y al compromiso de clase: Desigualdades en el acceso, reducción y degradación del trabajo social y medioambiental. Es decir, incapacidad para poner el empuje productivo al servicio del bien común en un mercado científico-técnico que se mueve bajo el dictado inexorable de los monopolios, mientras se invoca la competencia como fuerza impulsora del mercado.

La tecnología sólo estuvo inicialmente, y de forma efímera, sometida a la competencia, ahora reducida a una “cultura empresarial competitiva” para aumentar la productividad y la eficiencia corporativa. Con la “financiariación” de los monopolios, es el valor bursátil el que decide el mercado científico y tecnológico, el que evalúa la rentabilidad – y no la salud – e impulsa la innovación para acelerar la circulación de capital y acortar el periodo de vida útil en el mercado. Aunque el capital tecnológico crea literalmente su propio espacio y tiempo, necesita apoyarse en los gobiernos y los organismos supra-gubernamentales para construir monopolios. No se explica lo uno sin lo otro, sin estructuras políticas de poder que defiendan la “propiedad intelectual”, decisiva para mantener la lógica del beneficio, y la conversión del conocimiento en una propiedad tangible que mercantiliza los bienes inmateriales (las ideas, la educación, la cultura o la ciencia, los genes o la propia naturaleza) en títulos de propiedad (patentes) con los que se pueden obtener plusvalías. De esta forma Billy Gates ha construido su imperio. Las patentes son un instrumento político y económico, la piedra angular que cuestiona el capitalismo «with a human face» que se buscaba en el pasado y que ha terminado en lo que hoy tenemos. En este marco ha de entenderse la función de las denominadas agencias reguladoras.

Las tecnologías se pueden definir como la apropiación humana de procesos y objetos naturales (u otros previamente transformadas) para obtener productos que puedan satisfacer necesidades o proyectos de consumo humano; pero más allá de la definición, sabemos que el objetivo inmediato y característico de las tecnologías cuando son propiedad del capital es obtener y acumular beneficios para reproducir socialmente el poder de la clase dominante. Desde esta lógica se ha promovido su mundialización y liberalización financiera o se reconfiguran constantemente el hardware, el software (gestión de datos, inteligencia artificial…) y las formas organizativas de las corporaciones, sus estructuras de mando y control, gestión empresarial, sistemas de crédito…

Una característica de este capitalismo de patentes es el retorno al “rentismo”. El rentismo siempre ha estado presente a lo largo de la historia en el arrendamiento y la propiedad de la tierra y posteriormente en el sector inmobiliario y la especulación del suelo de las ciudades. Ahora, renace el rentismo con la inversión de grandes activos financieros en forma de derechos de la propiedad intelectual, ocupando espacio central dentro del sistema. Por su propia condición, los derechos propiedad intelectual son rentistas. Se puede ganar mucho dinero por el mero hecho de ser propietario de una patente, incluso sin crear empleo o molestarse en producir. Todo es objeto de copyright con consecuencias sociales y éticas, especialmente en la biogenética que pasa a ser propiedad de otros, en confrontación con los valores de la dignidad y la autonomía de las personas. Se confrontan abiertamente los viejos valores humanistas, en una nueva era que manipula los alimentos y la propia naturaleza humana, porque se trata no sólo de entender y reproducir los procesos naturales, sino de crear nuevas formas de vida.

Por otra parte, se ha borrado la separación entre ciencia y tecnología. Clásicamente se ha establecido una distinción entre ciencia y tecnología, pero actualmente ambas se integran en el mismo espacio de actividad empresarial, hasta ser prácticamente indisociables. El nexo de fusión entre ciencia y tecnología es la innovación, que incorpora los conocimientos científicos de forma integrada con la actividad empresarial, al servicio de intereses económicos que debilitan considerablemente la relativa autonomía que la ciencia había conquistado frente a los poderes religiosos, políticos o económicos, o frente a las burocracias estatales. Las condiciones mínimas de independencia se han quebrado porque los investigadores trabajan bajo el control de grandes firmas industriales para generar patentes que aseguran el monopolio de productos de alto rendimiento comercial. También la frontera imprecisa entre la investigación básica y aplicada tiende poco a poco a desaparecer.

La vinculación de la industria con la investigación produce múltiples conflictos de intereses y margina a los científicos independientes con insuficientes ayudas públicas. Las universidades, institutos y grupos de investigación se han incorporado a las estrategias competitivas de innovación del actual modelo tecnológico: “ Las universidades comenzaron a transformarse a sí mismas en instituciones parecidas a negocios, los investigadores académicos buscaron patentes en todo aquello que habían descubierto o inventado. Las universidades se convirtieron en parte del negocio. Y, por el mismo motivo, los gestores, dedicados a manejar y bucear la captura de fondos, pasaron a ocupar los más altos puestos de la vida universitaria, que tradicionalmente pertenecían a los académicos” (I. Wallerstein).

El círculo se cierra con un modelo de negocio basado en el marketing, con nuevas herramientas tecnológicas de difusión del conocimiento, de la información, el almacenamiento y la recuperación de los datos para orientar los precios, las decisiones de inversión, las actividades del mercado o las opciones de los consumidores. Los bancos de memoria son hoy imprescindibles para construir modelos útiles, entender las tendencias y tomar decisiones de futuro. Su trascendencia es estratégica, como es el caso de la consultora IMS Health que trabaja al servicio de las multinacionales del sector farmacéutico desde el monopolio de la información de los medicamentos, a pesar de que sus fuentes primarias de información son básicamente del sector público.

En este marco, circulan libremente productos y capitales ficticios o manipulados, asociados a todo tipo de prácticas depredadoras de especulación y desposesión. En ningún otro ámbito de la producción se puede comprobar tan estrecha relación entre el fraude y las multinacionales farmacéuticas.

Pero si volvemos a la contradicción principal, con ser cierta la disociación entre tecnologías y bien común, el enfoque es quizás demasiado simple, incluso deficiente. Por ejemplo, el estado y el sector público mantienen inversiones y competencias para promover desarrollos e innovaciones tecnológicas importantes, unas capacidades que hay que promover y reivindicar con industrias estatales de producción de medicamentos y tecnologías como ya se ha promovido, entre otras, con los genéricos. Hay, así mismo, tecnologías disponibles que sirven para alcanzar fines sociales, políticos y ecológicos no capitalistas. La complejidad obliga, pues, en primer término, a discernir las potencialidades que existen de emancipación de las tecnologías para poder rechazar las más alienantes o discriminatorias. De ahí se derivan algunas cuestiones primarias como el control de la información y la formación, la capacidad de seleccionar las tecnologías de forma interactiva e independiente, o la recuperación de la propiedad sobre el conocimiento.

Nuestra alternativa no puede ser poner parches, se tiene que apoyar en la politización de la ciencia y la tecnología, en su consideración como bien común y la socialización del capital cognitivo. No se trata de poner límites al mercado y la propiedad privada con mayor intervención o mayor propiedad del estado, entre otras cosas porque el propio ámbito del estado es, a su modo, privado, con utilización intensiva de los aparatos ideológicos, administrativos y legales, al servicio de grupos privilegiados que desde dentro del mismo obstaculizan la existencia de un espacio público universal, a fin de situar los intereses privados frecuentemente por encima de los intereses y los derechos colectivos.

No se trata tampoco de “adueñarse” de la organización técnica de la industria farmacéutica y tecnológica, como si éstas fuesen neutras o buenas en sí mismas y que bastase simplemente con ponerlas al servicio de otros objetivos. Es un error que reside en distinguir los medios y los fines, en pensar, por ejemplo, que se puede liberar la explotación o la alienación a través de las mismas estructuras, simplemente poniéndolas al servicio de otras finalidades. En realidad, los fines están inscritos en los medios. Cada herramienta configura y a la vez encarna cierta concepción de la vida, e implica un mundo sensible como Google, una autopista o un supermercado o una cadena de montaje, porque son herramientas civilizatorias de las que no es posible “apoderarse” para conseguir que funcionen más y mejor, como si el contexto social simplemente “obstaculizase” el despliegue de sus potencialidades. Por el contrario, lo que procede es otra forma de apropiación que las subvierta y las transforme desde el bien común.

Referencias:

Wallerstein I: El capitalismo histórico, Immanuel Wallerstein, Madrid, S.XXI, 2012

Análisis de Sistemas – Mundo. Una introducción. Siglo XXI editores

Zizek S: “En defensa de causas perdidas”. Akal ediciones, 2014

Harvey D: “Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo”. Traficantes de Sueños. Madrid, 2014

Bourdieu P: Contrafuegos. Anagrama, 1999

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